Es la disyuntiva que tienen los priistas: reconstruirse o deshacerse; reagruparse o atomizarse y ser absorbidos por otras fuerzas políticas.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se juega su futuro inmediato en el proceso de renovación de la dirigencia nacional tras su funesta derrota de julio pasado, que no únicamente convirtió a Los Pinos en museo, sino que redujo su presencia al mínimo en el Congreso.
El más fuerte que ha alzado la mano para presidir al PRI está Alejandro Moreno Cárdenas, gobernador de Campeche, quien viene de las bases juveniles priistas y ha logrado ya entablar un diálogo constructivo y sin sumisión con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Es la carta predilecta para quienes consideran que urge una renovación consultando a los militantes y no nada más a las cúpulas que empujaron al partido al precipicio.
Moreno Cárdenas es un priista de unidad y conensos.
Por igual se apuntan otros como el senador y ex secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien rigió la política interna de México durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. El hidalguense mostró oficio y disciplina partidaria al hacerse a un lado tras la designación de José Antonio Meade como candidato presidencial, pero aún es perseguido por la sombra del desgaste sexenal.
También se apuntan otros como el ex secretario de salud, José Narro. Nadie pone en duda las credenciales académicas del ex rector de la UNAM, pero se le reprocha que no tenga una sólida construcción de trabajo político desde las bases tricolores.
Si bien aún no se publica formalmente la convocatoria para renovar la dirigencia del PRI, ahí están los delicados retos para el partido: reinventarse sin ser sumiso ni satélite del nuevo Gobierno, pero tampoco rupturista y recuperar la confianza de los sectores priistas en abandono.
Será una contienda interna dura -ya sin el Presidente de la República como gran elector-, por lo que el Consejo Político Nacional priista ha acertado al abrir la elección a la militancia y ponerla en manos del INE, con el fin de alcanzar el mayor grado de legitimidad.
El PRI actual -con sólo 14 senadores y 47 diputaciones federales- ha pagado la factura de la indignante espiral de escándalos de corrupción animada por sus impresentables ex gobernadores Javier y César Duarte y Roberto Borge, además de los escándalos de la Casa Blanca y estafas maestras.
En las elecciones federales pasadas, muchos de los priistas maltratados terminaron emigrando a Morena, por lo que la próxima dirigencia tendrá que actuar sin simulaciones para incluir a los inconformes y frenar la desbandada.
La democracia mexicana, de frágiles contrapesos, requiere de una oposición fuerte, y el PRI debe definir con claridad qué posición pragmática-ideológica pretende ocupar frente al partido gobernante, Morena, el cual amplía cada vez más su número de adeptos.
Renovarse o morir; no hay más alternativas. Si el PRI quiere reposicionarse como opción de Gobierno, habrá de limpiar la casa, cambiar, incluir y adaptarse. No será fácil para el favorito Alejandro Moreno Cárdenas. |